… Una carta para la que estoy usando los dedos de mi mano como vehículo de lo que mi corazón, mis entrañas y mi ser piensan y sienten.
Ahora que he estado trabajando muy de cerca con mujeres y algunas de ellas embarazadas o recién teniendo a sus bebés, me doy cuenta de la enorme responsabilidad que es ser madre. Algunas de ellas han compartido cómo, en circunstancias muy difíciles, han preferido no serlo, y las respeto. Otras cómo por el contrario, les ha costado muchísimo tener a un bebé, expuestas a un montón de preguntas si estarán bien de salud, si algo no están haciendo bien, expuestas a la crítica de quienes les rodean. Y no solo es el embarazo, sino el momento del parto que es uno de los más decisivos en la vida de las mujeres que deciden ser madres; sino todo lo que viene después: Desveladas, limpiar vomitadas, cuidar enfermedades, dar de comer; equivocarse mil veces, tolerar llanto, desesperarse, preguntar qué no se está haciendo bien, apretarse económicamente… Pero también con sus recompensas como el que un ser chiquitito te llame «mamá», el que una hija (o cuatro) te vean como la mujer más bella que existe y existirá, como su ejemplo de vida, como el reírse juntas mil veces de la misma anécdota de cuando eras bebé. De que puedas echar un ojo a uno de los muchos volúmenes de álbumes de fotos, que has guardado con tanto amor estos años porque cada momento ha sido precioso y nunca volverá. Ahora lo intuyo…
Una es madre toda la vida… Y cuando recibo un mensajito, una llamada, una imagen deseándome un buen día, preguntándome cómo estoy, preocupada por mi salud o preocupada simplemente porque «no me he reportado» lo entiendo (aunque a veces me desquicie un poco, jajaj). Es el amor que no conoce fronteras. Son tus brazos los que añoro cuando me siento un poco enferma y un poco sola y un poco incomprendida, son tus brazos y tu perfume que me consuela, me conoce desde lo más profundo y mueve los nervios más primitivos de mi ser. De ti, de tu sangre vengo, del rincón más sagrado de tu cuerpo me nutrí y me formé. Tú fuiste la primera en saber que yo existía, la primera en creer en mí y en defenderme, la primera en escuchar los latidos de mi corazón y la primera en soñarme. ¡Eres mi primer amor! Eres tú lo primero que yo vi del mundo, lo primero que conocí como un hogar…
Me miro en tí y somos tan iguales, y tan distintas. Nos leemos el pensamiento y podemos reaccionar muchas veces a lo que la otra está pensando y sintiendo. Pero no cabe duda de que todo el tiempo y con mucho amor (hasta en las discusiones y desacuerdos) estamos conectadas aprendiendo una de la otra. Agradeciendo a la vida que nos haya puesto en el mismo camino. Agradeciendo que hayas dicho SÍ a la posibilidad de que yo existiera. Agradeciendo una y mil veces, que hayas sido tú y no otra, con mi papá y no con otro, los que me invitaran a vivir un rato en el mundo.
Nos quedan años de crecer, de amarnos de abrazarnos, de sentirnos cerca, como amigas, como mujeres como hermanas, como madre e hija que somos, (y tal vez en un futuro como hija y madre). Que cada día, cada año, cada momento y cada risa estén llenas de tu fuerza vital que el universo te dio para ser madre… que ojalá un día, si tengo la bendición de ser madre también, me acompañes, me guíes, me instruyas y me regañes, que me obsequies un poquito de esa energía creadora que es tan tuya y de nadie más.
Todas las madres son mujeres
pero no todas las mujeres son madres.
Todos venimos de una mujer, pero
para que esa mujer se pueda llamar madre,
hace falta que decida abrir su corazón,
que decida renunciar a muchas cosas que son deseables,
comodidad, sueño, belleza (que adquiere de forma permanente
por misteriosos caminos del espíritu,
aunque no siempre corresponde a la que demanda de sí
el mundo)
hace falta que aprenda a equivocarse
y a que nada está escrito.
Yo no sólo vengo de una mujer
Vengo de una madre que es ejemplo de generosidad
paciencia, humildad y armonía.
Que no ha escatimado amor, recursos ni tiempo
para que yo y mis hermanas seamos las mujeres que somos hoy.
Que además, ha sido madre para much@s otr@s,
que se acercan a ella y le piden consejo y consuelo,
que la siguen, la admiran, aprenden de ella.
Hace falta un corazón grande, que tenga mucho espacio
para guardar cada memoria y cada momento
de felicidad, de ansiedad o de extravío
de insomnio, de enojo o de cansancio.
Hace falta que mire a la Luna para entender
cómo es que llegado el momento, l@s hij@s la mirarán
le preguntarán, le reprocharán o se irán
y como el ciclo que vuelve, también ellos volverán
la amarán, pedirán perdón, la entenderán
y al final de la vida, también ahí, a su lado,
serán ellos los que guíen sus pasos.
…………………
Para mi mamá. ❤ Mayo 2013.
Pingback: Mi primer amor, mi primer hogar 10 mayo, 2013 de yenas | Jestoryas's Blog
14 May, 2013 en 15:43
Yenika, esta bellísimo tu escrito, me hiciste llorar mucho, que belleza, que linda eres y que bien escribes, chica lista, te quiero.
14 May, 2013 en 15:46
Ahhh!! Gracias por dejar este comentario mi Gins. Espero en verdad que sea un llamado a todos a valorar lo que hacen las madres por el mundo, y especialmente que esas madres gocen de muchísimos más derechos que hay que devolverles!!! 🙂 Pienso sobre todo que hay que revalorar la maternidad, como algo que deber ser elegido y gozado, porque cualquier cosa gozosa es causa de muchas virtudes. Te mando un abrazo amiga linda. Felicidades dobles!